No sé ni como empezar a relatar las vivencias que incluyen algunas de las facetas, no todas, del vivir en tiempos pasados; en un ambiente, costumbres, tradiciones y creencias, que en estos tiempos han dado un vuelco tan importante, que en la actualidad cuesta comprenden aquella forma de vida de privaciones, con un afán desmedido por el ahorro que llevaba a rayar con la miseria, aún siendo relativamente pudientes. No se gastaba nada mas que lo estrictamente necesario, con la visión de ser espléndidos en algunos acontecimientos y reservar para sus hijos el mayor patrimonio posible.
Solamente vamos a trasladarnos a unos 60 años anteriores al nuevo siglo, cuando comenzaba a darme cuenta de lo que me rodeaba. El mundo que contemplaba se reflejaba en la normalidad de la vida, tomándolo todo con la mayor naturalidad, integrado en una sociedad rural cerrada, pero que tenía suficientes vínculos de unión con pueblos vecinos, comarcales y provinciales como para sopesar sus avances sociales y culturales, buscando siempre el progreso para ellos y para su pueblo.
Mi pueblo, Castilruiz, provincia de Soria, a 13 Km. de la villa de Ágreda, de coordenadas en latitud de 41º 53’ 10’’ N y de longitud 2º 03’ 20’’O tierra de secano y altitud de 950 mts., sobre el nivel del mar, situado en las estribaciones de la cordillera Ibérica, junto a la sierra del Madero y en la parte baja próxima al Moncayo (2 313 mts de altitud en su cúspide), se halla situado sobre la ladera de un montículo que domina una amplia planicie cuyo origen fue una laguna,( ya desecada hace años ), que estaba alimentada por abundantes manantiales procedentes de distintos lugares de la ladera Este de la Sierra del Madero. Hablo en pasado porque en la actualidad ninguno origina cauce con caudal suficiente como para ser considerado como “riachuelo”, si exceptuamos el de Trébago, muy escaso, y que da lugar al cauce del río Manzano que atraviesa el término de Castilruiz, de Oeste a Este. Se cuenta que una de las actividades de los lugareños era la de pescar en la laguna sanguijuelas,”animalejo” con el que se extraía sangre humana con fines medicinales. También se criaban toros bravos alrededor de la misma, y por su margen Sur, pasaba una importante calzada romana (actual carretera general), donde quedan restos de una posada con dependencias para carruajes y caballerías.
El agua para uso de boca sé tenia que sacar a cántaros de un pozo artesiano situado a unos dos kilómetros de distancia. Lo habitual era el ir a por ella con una caballería ataviada con aguaderas para cuatro cántaros. Se hacían varios viajes hasta llenar las tinajas que todo vecino tenía en su casa. El agua, menos potable, aunque bebible para caballerías y ganado, llegaba y llega de un manantial que abastece al “rejete” lugar donde se encuentran el abrevadero y lavadero público muy próximo al pueblo. Entraba dentro de las obligaciones diarias el abrevar los animales. Esta carencia de agua justifica el hecho de que donde era propicio se construyeran aljibes para recoger agua de lluvia desde los tejados. Resulta extraño pensar en la fundación de un pueblo cuyos recursos de vida por el agua no se tuvieran muy en cuenta.
En sus tiempos debió tener su importancia este Pueblo, a juzgar por las edificaciones que aún perduran. Son “casonas” de piedra labrada, con portada de arco, escudos pétreos, de grandes salones y amplias estancias Sobresale la nave de la iglesia y su esbelta torre, con campanario a los cuatro puntos cardinales. Sería alrededor o colindantes a estas edificaciones, donde se comenzaría a edificar progresivamente las viviendas hasta completar el núcleo urbano que ahora tiene, con sus calles, plazas y barrios 358 habitantes según censo de 1995.
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Los vínculos familiares estaban basados en la total obediencia a los padres; El respeto que se les tenia llegaba al extremo, entre otros, de no fumar delante de ellos hasta haber terminado de cumplir el servicio militar. El hijo mayor gozaba de estos privilegios respecto al resto de sus hermanos. La tradición familiar unía a los miembros de varias generaciones que se iban ampliando al intercambiarse unas con otras, dando como resultado el que todos tenían algo en común con los otros. No había clanes que predominaran significativamente entre los demás; sí que se formaban gremios como de aceituneros, vinateros, carreteros, pimentoneros, carpinteros etc., personajes que aprovechaban los periodos de tiempo de inactividad en el campo para dedicarse a otras actividades, pero teniendo siempre como base de su economía las labores agrícolas. La propiedad estaba repartida sin grandes diferencias, formando un minifundio que igualaba en medios y recursos a la gran mayoría y con pocas excepciones.
Todavía las mujeres mayores, se cubrían con vestidos talares oscuros y cubrían su cabeza con pañoleta, iban a la iglesia con velo negro, se encargaban de todas las labores de la casa y prácticamente no tenían vida social fuera de alguna que otra reunión entre amigas para jugar a las cartas los Domingos por la tarde. Amasaban el pan en casa cada semana en sus artesas, trabajando la masa y haciendo los panes después de que fermentara por acción de la levadura consistente en un poco de masa guardada de la amasada anterior. Llevaban la masa al horno público sobre sus cabezas, incluyendo alguna que otra pieza, como la llamada “lagarto” que consistía en un trozo de masa que envolvía una manzana o un chorizo, siendo las delicias de los jóvenes a la hora de merendar. Si se hacía queso, este se preparaba con leche y cuajo de cabrito. Solían zurcir los calcetines cuando se hacían “tomates” en las taloneras, tejer toda clase de prendas, dar de comer a los animales de corral, lavar la ropa en el lavadero del pueblo, repasarla y plancharla con plancha de chimenea que se calentaba alojando en su interior brasas de la “lumbre”. En las “matacías”ella era la que se encargaba de hacer las morcillas, picadillo y chorizos, salar y prensar los jamones, trocear el lomo y las costillas para una vez adobados o preparados de otra forma, alojándolos en tinajas hasta cubrirlos con aceite. Se seguía la tradición de llevar un “presente”incluyendo el picadillo a personas allegadas y en especial a las menos pudientes. El cuidado del aseo de los hijos pequeños era delicado ante la serie de “animalitos” que proliferaban a pesar de los antiparasitarios de la época. Especial cuidado se dedicaba a la extirpación de parásitos como liendres, pulgas y piojos cuyos focos de reproducción no se encontraban lejos del hábitat familiar, ya que se vivía en cierta proximidad con los animales que los alimentaban, a pesar de que sus habitáculos se trataban con “zotal”.
La alimentación estaba basada en la patata, en los productos derivados del cerdo, en la leche, en el pan, en legumbres como garbanzos, judías y lentejas y frutas y verduras cuando era su temporada.
Una pieza importante de la casa, era la cocina; de fogón de leña plano, a unos veinte centímetros del suelo formado por placa de hierro horizontal y otra de fondo; se alojaban colgadas, las trébedes, la badilita, las tenazas, el soplillo, etc., con amplia chimenea y una lacena para alojar los utensilios de cocina como pucheros, sartenes, ollas, platos, cubiertos, etc. Alguna de ellas tenia fija a la pared y normalmente llena de hollín, una gruesa cadena, donde se colgaba un caldero para aprovechar el calor de la lumbre y calentar algún líquido o la comida de los animales. El mobiliario, se componía, por lo general, de mesa robusta, algún banco corrido y varias sillas de anea, dos toscos, aunque confortables sillones y poco más. En ella se convivía sobre todo en las largas noches de invierno teniendo veladas muy interesantes hasta que los mayores nos mandaban a la cama o nos rendíamos de sueño. Solían versar sobre temas del campo en particular, temas de caballerías de labranza, de vecindario, de acontecimientos y leyendas que los abuelos relataban y del futuro de la próxima cosecha que se veía así o asá. Este tema se repetía con mucha frecuencia, se sabia lo que de él se había comentado en “la fragua” (mentidero habitual)
Todavía se calzaban las abarcas, especie de calzado tosco, hecho con material de desecho de cubiertas de ruedas de goma, utilizadas para el campo, y las famosas alpargatas, hechas por artesanos con trenzas de cáñamo cosidas con lezna para formar la suela, la cubierta de lona la cortaban y cosían tomando como base la de un determinado molde según tamaños. Era de admirar como trabajada el alpargatero sobre su mesa-taller, sentado en la calle al lado de la puerta de su casa.
Se seguía utilizando el milenario arado romano, con su esteva, orejuelas y mástil todo de madera y la reja de hierro. La larga existencia de este arado no tardó mucho en desaparecer – ya era hora – al ser sustituido por el de reja a dos lados y posteriormente por el brabán. Este cambio llevó consigo un avance considerable en las labores del campo y la desaparición de algunos aperos tan vinculados al arado romano como el yugo; ya no se necesitaba la “yunta” o pareja de caballerías que tiraban de él y otra cosa que se perdió es el orgullo que representaba para el labrador hacer los surcos rectos y paralelos que demostraban una destreza que todos intentaban superar. Las fincas, entonces llamadas “piezas”eran por lo general de poca superficie y separadas por ribazos, se median por yugadas que eran 5 000 varas castellanas, lo que equivale ahora a 3 491 m . Se utilizaba, para medir grano, la fanega, la media y el celemín. En los molinos una de las variantes de pago era la “maquila”que consistía en quedarse el molinero con un cele-mín por cada fanega molturada. Los cerdos de la matacía se pesaban por arrobas, la leche se compraba por cuartillos, el vino y el aceite se median por azumbres, se alumbraba con candiles de aceite, con su torcida y cadenilla para colgarlos, las velas enroscadas en un soporte de tabla con mango, y los “carburos” a los que con frecuencia se les cegaba la boquilla.
Las casas solían tener, (no todas), planta calle, planta vivienda y planta granero. Formaban parte de la planta calle, el portal en el que a veces estaban adosados lateralmente los cebaderos donde se guardaba el grano para las caballerías, la cocina, un pequeño recibidor o cuarto de estar, la despensa, el acceso a la cuadra, al corral y las escaleras de subida a las plantas superiores. La entrada de las caballerías a la cuadra también se hacia por el portal. En la planta vivienda se encontraban los dormitorios, salón comedor que se usaba en muy contadas ocasiones, alguna otra dependencia para ropas y baúles y la escalera de subida al granero. Éste en realidad era la buhardilla donde se vaciaban los sacos de grano después de la recogida de la cosecha, servia de trastero y de despensa para cosas de poco consumo.
Los animales de compañía, perros y gatos, eran frecuentes. Todavía los perros perseguían con afán desmedido cuando circulaban los coches, bicicletas o motos, ladrando con ánimo de morder las ruedas y persiguiéndolos hasta quedar rendidos (Ahora ni se inmutan). Como abundaba la caza eran frecuentes los especializados para la pluma – codorniz, perdiz, paloma torcaz, y para el pelo, liebre, conejo, jabalí etc. Los gatos tenían acceso al exterior por medio de un agujero practicado en la puerta de entrada de la casa o “gatera” por lo que tanto cazaban roedores en el interior o fuera de la casa.
Las aves de corral, en especial las gallinas, tenían un trato cuidadoso para su alimentación, ya que suponían un complemento alimenticio por el consumo diario de huevos. Cuando por naturaleza las gallinas se ponían “cluecas” se les formaba el nido en sitio mas seguro del que inicialmente habían elegido y se las daba pan untado en vino. A los gallos que se les quería conservar más lozanos se les capaba y cortaba la cresta pasando a ser “capones”y se reservaban para sacrificarlos cuando se celebrara alguna fiesta o acontecimiento. También se criaban conejos en cautividad, bien en jaulas conejeras, o sueltos por el corral. Se les alimentaba con yerbas, ramas verdes a las que dejaban sin corteza alguna y con una planta casi exclusiva llamada ”mielga” que era muy abundante en las orillas de los caminos y en las cunetas de la carretera. Había algún palomar, pero no eran frecuentes. Donde había palomar se significaba al exterior con un palo vertical terminado con alguna señal distintiva que las palomas identificaban para su localización. Se las alimentaba con trigo.
Lo que no faltaba era la cría de cerdos, para lo que en cada casa, y al lado del corral, estaban las “cortes”,lugares angostos donde estaban encerrados casi de por vida los animales.
Algún que otro vecino tenia vacas y alguna que otra cabra para ordeñarlas y abastecer de leche a ellos y a quienes se la compraran. También venían a vender leche y queso de otros pueblos. El queso de Montenegro era delicioso y las rosquillas de Valdelagua muy apreciadas. Sé tenia carnicería que mataba casi diariamente alguna res de ovino. Un estanco y el comercio del “Tío Martín” abastecían de enlatados, productos de limpieza, algo de ferretería, caramelos y cosas muy variadas.
Las ventas ambulantes también proliferaban, abasteciendo de telas, lanas para colchones, artículos de cocina y muchas cosas que tenían mercado, sobre todo un día a la semana en que previo pago de un canon al Ayuntamiento podían fijar sus puestos de venta libremente en la plaza. El pregonero se encargaba de anunciar por las esquinas ya asignadas las novedades del mercado. Los afiladores, capadores de cerdos, colchoneros, botijeros y arregladores de tinajas, gitanos con labores de mimbre, tratantes de caballerías, paragüeros, quincalleros, etc. hacían sus apariciones a temporadas.
Un capítulo aparte merece los animales de tiro y carga para la labranza y labores en el campo. Caballos de tiro, machos, mulas y burros componían las cuadras donde su número y calidad estaban de acuerdo con las necesidades de la hacienda, y como ésta era el fundamento de la economía y dependía tan directamente del trabajo de estos animales, iban tras los humanos en cuidados, tomando notable protagonismo el veterinario. Normalmente a estos animales se les asignaba un apelativo singular con el que se hacia referencia al mismo, el macho “noble”, “castaño”, “lucero”, el caballo “percherón” etc. a los que se nombraba cuando se requería de él mayor esfuerzo antes de utilizar la “tralla” con un chasquido al aire muy característico de este látigo. Con ellos se labraba, se sembraba, se acarreaba, se trillaba, y hasta se enjaezaban profusamente con penachos, cabezales con campanillas, riendas vistosas, monturas lustrosas, estribos brillantes etc., en las fiestas, para “hacer el espejo”, pedir las rosquillas, ir en procesión a la ermita de Los Ulagares llevando a la grupa una guapa castilruiza, y hacer alguna que otra carrera al galope en plan de exhibición.
Las labores del campo en las que no se podían emplear los animales, eran muy penosas. Así el dallado de las plantas como los yeros, la beza, la lenteja y otras similares suponían tanto en el corte como en la recogida una dedicación de esfuerzo físico agotador máximo teniendo que hacerlo en pleno verano, al Sol y en horas cuando la planta había perdido su elasticidad regenerada por la noche, que solía coincidir una o dos horas después de la salida del Sol. Para afilar la dalla (espadaña) se llevaba consigo un yunque para clavar en el suelo, un martillo picador y una barra de piedra de afilar. Cuando se notaba que la dalla no cortaba bien, se picaba y luego se `pasaba la piedra de afilar con movimientos de interior a exterior del corte. Aún quedaba la recogida, utilizando el “rastrillo”para amontonar y a brazadas se hacía la carga en el carro para el transporte hasta la era para posteriormente trillar, aventar, cerner, barrer la era, ensacar el grano, amontonar la paja y trasladar el grano y la paja fuera de la era, dejándola libre.
Se cultivaban cereales como el trigo, la cebada, la avena, y el centeno. Se segaban a hoz, protegiendo la mano contraria a la que manejaba la hoz, con una “dedera” de madera, se gavillaba en fajos atados con la propia mies haciendo el nudo ayudándose con un estilete de madera, Se formaban montones de ellos esperando el transporte que se hacia a lomo de caballerías o con carros. No hacia mucho, antes de llegar las primeras segadoras norteamericanas solían contratarse cuadrillas de segadores de regiones en las que la cosecha era mas temprana y se desplazaban a regiones de cosecha más tardía para realizar esta labor. El proceso del resto de faenas es igual al descrito para los yeros y beza.
Dado que la fertilidad de la tierra, aunque se abonara, no era suficiente para dar una cosecha cada año se tenia que dejar en “barbecho”(dejar la pieza sin sembrar, pero con una labor de labrado para evitar que se apelmazara demasiado la tierra), lo que a la hora de valorarla para sembrar, quedaba reducida prácticamente a la mitad de la hacienda. En lo que se sembraba había que preparar la tierra con esmero; Se llevaba a la pieza el abono orgánico “fiemo” procedente de las deposiciones de los animales y de la paja del suelo de la cuadra y corte, que se había depositado en el corral durante todo el año, hasta una cierta fermentación, en “serones” a lomos de caballerías, depositándolo en la pieza, en montones separados debidamente, para después esparcirlo con el horquillo, repartiéndolo equitativamente sobre la superficie. Luego se labraba, esperando que hubiera “tempero”, después se pasaba la tabla de ganchos y se encargaba de igualar la superficie de la tierra removida por el arado. Como siempre quedaban algunos “tormos” de tierra sin deshacer, había que “destormonar” con un “mallo”de madera de mango muy largo.
Luego que naciera había que “escardar”,o sea, quitar las malas hierbas.
En ésta época ya se podía sembrar a máquina sustituyendo la siembra a “boleo”. Si se sembraba a máquina, terminadas las labores relatadas anteriormente se procedía a ello. Si se hacia manualmente, a “boleo”, se llevaba la simiente en un ato colgado al hombro y desde allí con un puñado de semilla se esparcía sobre la superficie lo más igualmente posible, labor que no era fácil porque podían quedar partes en las que hubiera llegado simiente bien repartida y otras en que no llegara o se superponerse. Esto se reflejaba al nacer el sembrado y si no se había hecho bien quedaban las zonas de sembrado señaladas, con “calvas” o profusas y sin posibilidad de rectificar. El sembrar bien era una especialidad. Para que quedara cubierta de tierra la simiente se volvía a pasar la tabla.
Ahora a esperar que nazca el sembrado, que podía ser de temprano o de tardío. Marcaba la diferencia el hecho de si había o no “tempero” ( tierra revenida por condiciones climatológicas, lluvia sobre todo, que perdía su cohesión y permitía hacer la labranza con el menor esfuerzo posible haciéndola apta para la futura germinación del grano) o qué clase de simiente requería mas o menos tiempo para su desarrollo, que coincidiera con la época de recolección, el verano.
La espera de la cosecha era expectante. La nacida, a expensas de que lloviera a su tiempo para que germinara la simiente. El rigor del invierno con sus heladas, no dañara la incipiente planta. Ya en primavera que el exceso de nieblas y la falta de lluvia perjudicaran su crecimiento. Que la granazón se hiciera bien. Que no enfermara la espiga de carboncillo. Que no llegara alguna prematura tormenta de principio de verano y “acostara” la mies, o lo más temible que cayera una tormenta de granizo y desmochara las espigas dejándolas sin grano. Entonces no había seguros que ampararan alguna o todas de estas circunstancias. La cosecha estaba a expensas del Cielo, por lo que se bendecían los campos en una columna de piedra con la cruz situada junto al cementerio yendo en procesión un día determinado en primavera, creo que era el primero de Mayo. Se pedía en rogativas favores del Cielo sacando en procesión a los santos, se peregrinaba a las ermitas de la Virgen de los Ulagares y a la de San Roque implorando remedio para las adversidades, sobre todo por la falta de lluvia.
Contra el “pedrisco”,cuando había señales en el cielo de formación de tormenta significativa que ya conocían por experiencia, se instalaban unos cañones, en forma de morteros, en los altos mas idóneos del terreno y se disparaban contra las nubes para provocar la lluvia evitando la formación de granizo. Las cargas lanzadas eran bombas que producían mucho calor a su alrededor. Estos cañones y cargas se guardaban en las dependencias del Ayuntamiento. La eficacia de este sistema quedaba a expensas de muchos factores adversos, pero conque una o varias veces fuera efectiva era suficiente. Hoy todavía no se utiliza ningún método efectivo para evitar ese riesgo, se han hecho cargo de él las compañías de seguros.
No obstante, no se conoce el haber perdido la cosecha completa, siempre se ha cogido mas o menos por la circunstancia de que las fincas de una heredad, estaban distribuidas en partes distantes dentro del territorio y a no ser por una tormenta o sequía excepcionales no le afectaba en el todo y luego el que se sembraba en dos épocas del año, temprano y tardío, en el otoño o en la primavera, no afectándoles por igual y que a la altitud en que se encuentra el terreno, el calor afecta menos, ya por la noche se condensa humedad
Volviendo a la finca, ya segada, se apilaban los fajos en “fascales” de unas treinta unidades dispuestas a ser acarreadas a las eras. Labor que se solía hacerse de madrugada para evitar que la mies se desgranara en el transporte. Una vez llegada a la era, si se iban a trillar se esparcía la mies en la zona de trilla para que el Sol la secara bien; si no, se apilaba en las proximidades en un montón en forma de pirámide rectangular. Si se comenzaba la trilla con un determinado tipo de grano, se continuaba con él hasta terminar su cosecha, para evitar la mezcla de tipos de grano y la labor de barrer la era. Las herramientas consistían en el trillo, los había de varios tipos; unos de discos de tamaño grande o pequeño y los trillos clásicos de plataforma de madera con incrustaciones de piedra pedernal en piezas pequeñas que presentaban el filo cortante hacia el suelo. Algunos incluían unas tiras longitudinales de acero a modo de sierra. La horca de madera con tres o más dedos que servía para remover y dar vuelta a la “parva” cuando la mies todavía no estaba muy desecha. La pala, también de madera, herramienta que se utilizaba para volver a dar vuelta a la parva cuando ya estaba bastante desecha la mies y desprendido su grano, y para posteriormente “aventar” . La tabla de recoger la parva, para amontonarla en forma de cono y dejarla así para cuando se decida aventarla. La escoba, hecha de madera flexible con varillas finas de algún arbusto que yo desconozco. Las cribas de distinto calibre para dejar el grano perfectamente limpio. Una media o celemín para llenar los sacos de grano, y los propios sacos o “talegas”. La manta “pajera” para retirar la paja a los “pajuceros” o a los pajares. Alguna que otra pequeña herramienta para reparaciones del momento. Aperos de las caballerías propios para la trilla, látigos o “tralla”,cuerdas, el botijo, etc.
Casi se consideraba un ritual el que las mujeres desde casa una vez preparada la merienda la llevaran con un esmero en estilo y presentación en su cesta correspondiente, la merienda para el personal que estaba trabajando en la era.
Todavía quedaba el acarreo y almacenamiento del grano en los graneros de casa. Y otra labor, la de “espigar” o sea recoger del suelo las espigas que los segadores no habían enfajado y que quedaban abandonadas. Esta labor, dura y de aplicar mucho riñón, la solían hacer las mujeres y gente joven, y tenía que hacerse antes de que “entrara “ el ganado lanar cuando había obtenido el permiso del Ayuntamiento que vendía a los ganaderos de ovinos los pastos según los “pagos”(deslinde de zonas).
Haciendo un balance general, la hacienda quedaba reducida prácticamente a la mitad, por tener que dejar en “barbecho” la otra mitad. Había que reservar el grano correspondiente para el alimento de los animales durante todo el año en grano y para molienda. Había que reservar el grano de siembra para de la próxima cosecha. Descontando el trigo que era necesario molturarlo en la fábrica de harinas para abastecerse de pan a lo largo del año, quedaba la parte disponible para la venta, con cuyo fruto había que hacer frente al resto de necesidades de la vida en el pueblo y ahorrar algo para el futuro. Esto se lograba a pesar de todo administrando lo mejor posible éstos recursos y saliendo a buscar otras fuentes de ingresos donde fuera.
Se ha repasado la faceta de los medios para conseguir los recursos necesarios para plantearse un estatus de supervivencia. Vamos a entrar en como discurría la vida social.
Tenía residencia fija, el médico, veterinario, sacerdote, maestro, maestra, y secretario de Ayuntamiento.
Teníamos juez de paz. Hubo farmacia. Estaba nombrado el consistorio municipal, con su alcalde Como empleado estaba un agente que hacia de pregonero, cobrador de tasas y mandados del personal de Ayuntamiento. Había cobrador de contribución, había barbería-peluquería, había cartero que repartía el correo que traía el coche de San Felices desde Soria, Había peón caminero.
Por los años 1920 ya se había instalado la luz eléctrica en el pueblo. La central era del Sr. Blanco, en Cigüdosa, desde donde por medio de una línea de alta tensión llegaba a la caseta de transformación situada en la nevera desde donde distribuía la corriente en baja tensión al pueblo. Solo se daba luz por la noche. Había alumbrado público y no todas las casas habían adoptado este medio. Las lámparas, con casquillo tipo bayoneta eran de 15 vatios y la mayoría “conmutadas”. El servicio fue muy precario hasta que compró la concesión la empresa “La Invencible”, propiedad de Amós Hernández Hernández.
Había un servicio de línea de viajeros en días alternos que hacía el servicio de Soria a Sanfelices y viceversa, que paraba en la cuesta de la carretera a las afueras del pueblo; para los pequeños era uno de los alicientes del día ir a ver quien venia.
Se habían adquirido alguna máquina segadora, otras sembradoras, se habían impuesto los brabanes, las galeras se turnaban con los carros, se había pasado en algunas casas del hogar fogón a la “cocina económica” ya se bailaba en la casa del “Tío Romo” con gramófono de cuerda, las máquinas de coser estaban impuestas, había algún que otro aparato de radio a válvulas “Telefunken” o “Philis”Los relojes de bolsillo se estaban imponiendo, sobre todo uno ruso marca “Roskof” así como las plumas estilográficas. Se iba a instalar un molino de piensos en el pueblo, había un par de bicicletas.
Los mozos ya vestían más “pinchos” y las mozas se vestían más a la moda, los muchachos llevaban pantalones cortos cerrados como bombachos y habían desaparecido los pantalones de gatera que eran los que permitían, sin quitárselos, hacer sus necesidades cuando les venía en gana y limpiarse con una piedra.
En cuanto a los juegos con baraja de cartas “Heraquio Fournies”, los mayores jugaban, al guiñote, al mus, al tresillo, al tute, al cien, al diecinueve, al subastado, al copo, etc. Las mujeres eran más aficionadas a jugar a la brisca. Los muchachos jugaban a las cartetas, piezas hechas con cartas de baraja que desechaban los mayores cortada en dos mitades y entrelazadas para que resultase una carteta con cara y cruz. Se jugaba a lanzarlas contra la pared para que rebotasen y se acercasen menos de un palmo a la del contrario con lo que se ganaba la carteta; si quedaba más distante de un palmó, quedaba en el suelo y tiraba el contrario.
También jugaban a las canicas-chiva, pie, tute y güá-, al perico, a la peonza y era curioso que cada época del año tenia su juego y se iban correlativamente dejando unos y tomando fuerza otros hasta implantarse.
Los mozos preparaban partidos de pelota a mano, siendo el deporte favorito, con campeonato incluido en las fiestas, se jugaba por parejas y mano a mano. Ganaba la pareja o el que antes hacia veintiún tantos. Las manos se quedaban hinchadas, rojas y con vejigas acuosas a los que no usaban con frecuencia este juego. Las chicas jugaban a las tabas, al coto, a los “corros”, la “gallina ciega”, al escondite, se corrían las calles, se saltaba a la comba, se saltaba al “descanso” o “repringue” juego en que había de pisarse en determinados cuadros numerados dibujados en el suelo, al “yoyó, etc.
Como curiosidad, había una costumbre en la que la categoría de mozo había que conseguirla con méritos
propios a partir de una edad de mozalbete, ya que si no pasabas a esa categoría, estabas supeditado a una cierta servidumbre hacia los mozos. Consistía en que en ciertas situaciones les debías obediencia, como que les acercaras el botijo, recogieras una pelota alejada, fueras a por tabaco al estanco y cosas por el estilo. Pero además tenias que pagar “un duro” a la bolsa que tenían formada los mozos para los gastos de fiestas. Cuando te admitían ese duro ya eras mozo. Los mozos tenían su alcalde y alguaciles.
Se formaban cuadrillas entre los mozos y se tenía verdadera camaradería entre ellos para todo. Estas cuadrillas eran las de los “quintos”,circunstancia que se daba entre los que deberían cumplir la “mili” o servicio militar obligatorio el mismo año.
Había la sana costumbre de pasear los domingos por la tarde, las cuadrillas, unas y otras, cantando a voces peladas, por la carretera de Castilruiz a Matalebreras, las canciones de moda, las de Jorge Negrete, Los cascabeles, La ovejita lucera, el rascayú, el tiroliro, etc, intercaladas con alguna que otra jota, a la vez que se cruzaban las parejas de novios que paseaban mas tranquilos sin cogerse del “bracete” y esperando que pasaran los mozos para sentarse discretamente, en la cuneta al abrigo de los frondosos robles que había a lo largo de la carretera.
También gastaban bromas pesadas, como el atar una larga cuerda delgada a los picaportes de las puertas, situándose en la esquina mas alejada y de madrugada, hacerlo sonar hasta el aburrimiento o hasta que se les hacía levantar a los de la casa. El cruzar en la calle algún carro contra la puerta de la casa impidiendo la salida, en el día de Inocentes, convencer a alguien de que se había dejado abierta una cochera sin ser cierto y hacerle ir a comprobarlo, o que se le había muerto una caballería, y cosas por el estilo. A mí, estando en el café del Navarro, una noche, me retuvieron entreteniéndome mas tiempo de la cuenta para dar tiempo al resto de la cuadrilla a coger una escalera para llegar a la ventana mas alta de mi casa donde estaba la “lacena” donde se guardaban colgadas las “ristras de chorizos, los jamones y viandas por el estilo y coger lo que pudieran para luego merendárselo, cosa que no consiguieron porque les faltaron herramientas para ello, unos ganchos para poder tirar y sacarlos, pero lo intentaron. Las incursiones a las huertas de Cigudosa, en la época de fruta, eran habituales, trayéndose buenas cestas de manzanas, ciruelas, melocotones, etc. para lo que había que caminar los siete kilómetros de cuestas durante la noche ir con sigilo y saber las huertas donde estaba la fruta y que nadie los notara.
Las apuestas de fuerza, se hacían a base de cargarse al hombro un saco o talega lleno de grano, del mayor peso posible a uno o dos tiempos. Se bajaba al molino y allí se escogían se pesaban y se realizaba la prueba. La apuesta solía ser la de pagar una merienda el que perdía, o simplemente satisfacer el orgullo de sentirse el mas fuerte, que no siempre era el mas corpulento o presuntuoso.
Las cuadrillas de mozos tenían atribuciones y derechos adquiridos por la costumbre. Uno de ellos consistía en poder dar una “cencerrada”. Cuando un forastero pretendía a una moza y ya entraba en casa de ella para festejar, debía pagar un dinero a los mozos. Estos fijaban la cantidad relativamente alta, y claro, el pretendiente no estaba de acuerdo. Si no había avenencia, los mozos se equipaban del mayor número de cencerros del ganado vacuno y lanar, se sentaban frente a la casa de la novia cuando se suponía que estaban festejando y comenzaban a hacer sonar los cencerros con gran estrépito. Así una y otra noche hasta que se llegara a un acuerdo. Conseguido éste se admitía al pretendiente como formando parte de los mozos del pueblo, pudiendo proseguir con normalidad sus relaciones.
También se organizaban las cuadrillas de quintos en las que alguno de sus miembros pretendiera en silencio y sin saberlo ella, tener relaciones con alguna chica, el ponerle “aleluyas.” Se organizaban para que la misma noche y con el mayor sigilo posible se colocaran todas. Estas aleluyas consistían en unos pasquines con dibujos muy coloristas que se dejaban pegados en la fachada de la casa donde vivía ella. A la mañana siguiente surgían la sorpresa y la duda del que había obrado así aunque siempre se sospechaba algo.
Los mozos participaban notoriamente el la organización de las fiestas. En la de San Juan, se traía la leña del monte en abundancia para formar la hoguera, En las fiestas del pueblo, ampliaban un día los festejos a su cargo, traían y llevaban a los músicos a sus lugares de origen, “bandeaban “ las campanas de la iglesia hasta que dejaran de sonar por el impulso dado ya que las revoluciones conseguidas hacían que el badajo por efecto de la fuerza centrífuga quedara sin golpear el cuerpo de la campana. Las “rondas” eran frecuentes, se hacían por la noche recorriendo las calles cantando jotas acompañados con bandurrias y guitarras con algún que otro laúd. Hay que hacer constar que esta zona castellana está muy influenciada por costumbres aragonesas. Aunque se conservaba el vestido castellano, con faja, capa y sombrero que se vestía creo que solamente para ir a la iglesia los días de solemnidad y eran muy pocos los que lo usaban, de la música castellana típica ni se conocía; imperaba la jota baturra y sus instrumentos de acompañamiento. Así esta jota se cantaba en el campo, en las rondas, en fiestas, en reuniones de amigos, en banquetes de bodas etc. Excepto los asuntos oficiales, el resto de actividades estaban relacionados con Zaragoza y su provincia. Se bajaba madera dela zona de Pinares y se subía aceite, vino, frutas y verduras, bolas de sal para las caballerías y otros productos aprovechando las diferencia que había entre las medidas de longitud entre la vara castellana que era mas corta que la aragonesa.
Había herrería, fragua y carpintería. Cuando no era la hora del café, la gente desocupada se llegaba a alguno de estos sitios a pasar el rato ha hacer sus propios comentarios sobre los asuntos que fueran, los contertulios, que generalmente eran personas mayores, se recreaban contando sus andanzas y experiencias de antaño, no siempre compartidas, y a criticar de quien o lo que les parecía. La más típica era la fragua, que por estar en la plaza tenía mas posibilidad de ver desde ella lo que pasaba. Ésta era un lugar de piso de tierra ennegrecida, con una sola ventana al exterior delante del banco donde había un solo tornillo de herrero, herramientas diversas como limas, la sierra de arco, llave inglesa, martillo y otros enseres en perfecto desorden sobre el tablero. Disponía de un taladro movido a mano por volante, de una piedra de afilar de arenisca montada sobre armazón de madera que contenía agua. El eje de la piedra acababa en un manubrio, que mediante una correa o fuerte cuerda estaba unido al extremo de una tabla cuyo otro extremo se fijada al armazón. En ésta tabla se apoyaba el pié para apretando fuerte la diera el movimiento de rotación y entonces poder afilar. Una pila labrada en piedra, amplia y profunda contenía el agua utilizada para dar el “temple” de las piezas que lo necesitaran, cosa que se obtenía con bastante precisión pues la oscuridad del lugar facilitaba calcular, según salía la pieza del calor de la fragua, la temperatura de temple apropiada. El yunque, clavado en un buen tronco de madera de encina, estaba próximo al hogar y en la pared de éste, las tenazas, martillos, el mallo, pincho para azuzar el fuego y demás utensilios. Lo más llamativo estaba en el fuelle, hecho con paneles de madera y cuero lateral con pliegues en forma de acordeón. Tomaba aire al accionarlo desde una manilla en que terminaba una cadena vertical que movía la estructura inferior del fuelle, abriendo y cerrando una trampilla, también de cuero. Por último se regulaba la salida del aire mediante una “tajadera” situada próxima a la boquilla del fogón.
El carbón mineral era el combustible. Con estos rudimentos se aguzaban rejones, se reparaban cadenas, se atendían muchos remiendos, se forjaba el hierro para hacer ventanas y balcones artísticos, molduras para tragaluces, soportes para aisladores, roscas para tornillos etc. Cuando había que dar el mallo, lo hacia algún contertulio, pues estando allí a veces había que colaborar, no todo tenia que ser “cháchara” les decía el Alcántara, que era el herrero.
En la carpintería, pasaba algo parecido con la gente, pero el tío “Garriga” que era un artista trabajando la madera, con su espeso y gran mostacho, la dejaba algo abandonada, pues sentía una pasión desmedida por la caza, era un gran cazador a pesar de que tenia una escopeta de caño mas largo que lo habitual y de un solo tiro. Nunca sacó licencia para cazar, decía que si la Guardia Civil se la pidiera les diría que la cogieran, que la llevaba en la punta del cañón. Las muchachas, traviesas ellas, le cantaban una canción cuya letra decía: “Que no se diga, que no se note, que el tío Garriga lleva bigote” .
La herrería no estaba abierta todo el día; si no tenía trabajo y se necesitaba, había que ir a buscarlo a casa Tenia todo tipo de herraduras y clavos para herrar (especiales), manejaba muy bien la gubia para preparar la pezuña y el asiento de la herradura y clavaba con destreza cogiendo la pata del animal doblada la rodilla. Cuando se tenía alguna duda del comportamiento del animal, pues se requería cierta quietud, se ataban dos patas del mismo. En este sitio eran menos frecuentes las tertulias, aunque las había. Cuando el arriero oía sonar una herradura, se acordaba lo que le iba a costar su reposición y decía que le sonaban los dos duros.
Otro artesano que no se olvida era el esquilador de caballerías. El bueno del tio Agustín se encargaba de dejar una obra de arte en cada caballería que pasaba por sus manos, que eran todas las del pueblo. Esquilaba en la calle o en el portal de su casa que estaba en el barrio de “La Amargura” y hacía los trazos rectilíneos de separación entre lo esquilado y el resto que parecía haberse hecho con tiralíneas luciéndose con el rabo al que le hacia ciertos dibujos lineales y los terminaba con una graciosa escobilla. Después del esquilado los animales parece que sentían cosquillas hasta que se acostumbraban. El esquilado del ganado lanar, lo solían hacer los pastores ayudados por parientes y amigos. No sé si lo hacía también el tío Agustín.
En la peluquería-barbería, se afeitaban los hombres del pueblo, y el afeitado habitual se lo hacían cuando casi les daba vergüenza, lo habitual solía ser cada semana. Ante barbas tan tupidas Virgilio, Domingo y Manolo, éste menos, pues trabajaba en su carpintería principalmente, se encargaban de “rasurarlas” y /o cortar el pelo. La gente decía que no dejaban ni un solo día del año de comer garbanzos. No se sabe con certeza si era así. Para el afeitado, usaban el jabón espuma, y la navaja de afeitar después de haberla pasado por un previo afilado en un aparato que llevaba atirantado una tira doble de cuero y que deslizaban repetidamente la hoja por él. Cada afeitado requería afilar dos o tres veces, pues no cambiaban de navaja. Cuando se producía un corte de piel pasaban una piedra pómez o algo por el estilo que estimulaba la cicatrización. La gente normalmente no pagaba en el acto los servicios, pues tenían una “iguala” con ellos a lo largo del año, mediante la entrega de una fanega de trigo o algo mas pero en especie. En algunas ocasiones Virgilio, se desplazaban a los domicilios para hacer estas labores.
También este barbero era un buen cazador. Durante la espera en la barbería se seguía “charlando” con profusión. El Manolo también era sacristán, Tocaba las campanas, subía las pesas del reloj de la plaza, y lo ponía en hora, pero lo significado de él, era lo fuerte y bien que cantaba en gregoriano la misa en latín, cómo acompañaba su canto en los funerales, y en todos los actos religiosos, aunque su gesticulación era algo exagerada, torcía la boca de una forma casi ridícula, pero cantaba muy bien.
El secretario del Ayuntamiento, Dn. Aurelio, tocaba el órgano de la iglesia los domingos en la misa mayor. A este órgano había que insuflarle aire mediante una palanca colocada lateralmente que con movimiento de arriba-abajo accionaba el fuelle, y hacía tanto ruido que la mayor parte del tiempo se oía mas ese ruido que el del propio órgano. Era un acompañamiento supletorio a la música que a veces coincidía con el ritmo. Tampoco era de extrañar que por estar enredando o por despiste del chaval encargado de darla a la dichosa palanca, se quedara sin aire el órgano con el consiguiente enfado del organista. Conste que ocurría solamente en alguna ocasión. El himno Nacional se tocaba cuando entraban las autoridades en la iglesia el día de la fiesta del pueblo y al “alzar” en la misa.
Otros personajes muy típicos, que los había, se significaban por sus rarezas, motes, dichos o costumbres. Así al tío Romo (Isidro) siempre se le veía con el “perrero” en la boca y cuando nevaba copiosamente decía que los copos caían como “boinas”. Al tío Isaías y al Alcántara, que con frecuencia iban juntos, se les conocía con “el punto y la i”por su diferencia de estatura siendo todavía mas exagerada que las de Dn.Quijote y Sancho Panza. Al tío Urbano se le decía el “para, para” porque en una ocasión en que en su carro transportaba varias cubas de vino llevando de ayudante al Estebillan, y siendo de noche en las proximidades del pueblo, este se bajó del carro y se puso a caminar detrás de él quedando el Urbano montado en el carro, cuando el Estebillan vió caer desde el carro un chorro de lo que le pareció ser vino. Alarmado le gritaba al Urbano “para, para” que se sale el vino a lo que el Urbano desde arriba con toda parsimonia le dijo “no te preocupes, es que voy meando. Como “cabeza de pepino” se conocía a un zapatero de Trébago, muy buen zapatero, y muy bien apodado porque su cabeza semejaba perfectamente a la consabida hortaliza. Se conocía a muchos mas por su “mote” que por sus nombres, El pajarero, los periquillos, el canario, los trifones, las cruces, los baltajeros, los barraos, el tachín, las celerinas, los guerra, los manolazos, los catarra, el perejil, y otros que no recuerdo ahora.
La gente se iba acostumbrando a dejar el sistema antiguo de pesas y medidas por el sistema métrico decimal, pero a las viejas no había quien les sacara de contar en reales, de medir en varas, de pesar en libras, de usar los cuartillos y azumbres etc. Las monedas de cobre eran la perra chica y la perra gorda (cinco y diez céntimos de peseta), las de plata eran el real,(veinticinco céntimos de peseta), los dos reales, la peseta, las dos pesetas, y las de cinco pesetas. Una gaseosa, de las de pito, valía 15 cts.
Había escuelas públicas independientes para chicos y para chicas, que las llevaban respectivamente el maestro y la maestra. Es interesante el espíritu que había en los padres de que todos sus hijos aprendieran lo más posible y no dejaran de asistir a la escuela. No había analfabetos en Castilruiz. Todos sabían leer y escribir, las primeras reglas de aritmética, geografía de España, los ríos, cabos y cordilleras, partes mas notables de la historia sagrada, ortografía, gramática, etc. Se aprendía cantando en voz alta la lección . Se llevaba a la escuela el “cabás” con lapiceros, goma cuadernos etc., y una pizarra encuadrada con su pizarrín. Como coincidían distintas edades y en consecuencia distintos grados, se daban explicaciones a unos u otros en tiempos distintos. Las chicas aprendían labores del hogar. En el recreo se aprovechaba para jugar y almorzar. Cuando hacía mucho frio y como la calefacción estaba escasa, algunos y algunas llevaban desde casa una caja metálica con su asa, en cuyo interior la habían colocado sus madres unas brasas para que les calentaran los pies. Con el buen tiempo se daban clases de naturaleza en el campo uno o dos días por la tarde. Se llevaba cada uno su merienda, se solía ir cerca del río. A los maestros, todo el pueblo les apreciaba y les tenía un gran respeto y atenciones.
En cuanto a la religión, todo el pueblo profesaba la religión católica. El patrón del pueblo es San Nicolás de Bari, una imagen esbelta, grande como si fuera en persona, con su báculo y libro abierto. Cuando de niños acompañábamos a nuestras madres a misa y como normalmente estábamos inquietos nos decían que miráramos al Santo ha ver si pasaba la hoja del libro que portaba con una mano. Hay una ermita dedicada a la Virgen de Los Ulagares a unos tres kilómetros al nordeste del pueblo, y otra dedicada a San Roque, próxima al pueblo junto al camino de la fuente. Todas de gran devoción, singularmente a la Virgen, pero no desmereciendo mucho a San Roque.
Se celebraba misa diaria en la parroquia de San Nicolás en latín y de espalda a los fieles. Los Domingos y fiestas de guardar se celebraban tres misas, si era verano, y dos si no lo era; la de alba, a media mañana y la mayor. La del alba se celebraba para la gente que tenía que madrugar para ir al campo en periodo de recolección. Esta misa era una concesión y se pagaba con los frutos de la Capellanía, que era donde iban a parar, como bienes de la Iglesia, las donaciones de los devotos ya difuntos, que dejaban en propiedad, por lo general fincas, y que luego las explotaban labradores del pueblo, pagando una renta a la vicaría. La siguiente misa solía ser a las 9 o 10 de la mañana y la mayor a las 12.
Muchas eran las señales de religiosidad de la mayoría de la gente. Al medio día se hacía un toque de campanas y se rezaba el ángelus, dejando de trabajar, descubriéndose la cabeza respetuosamente. También cuando se llamaba a la puerta de una casa, como para pedir paso, se llamaba diciendo “Ave María purísima” y en la casa le contestaban “sin pecado concebida”. Se bendecía la mesa antes de tomar nada y cuando estaban todos los comensales. Era frecuente el rezar el rosario en familia, todas las noches. Se guardaban lutos rigurosos por los difuntos que solían durar un año como mínimo, se colocaban “catafalcos”con velas encendidas en recuerdo del fallecido durante ese tiempo, que eran atendidas por los familiares en la iglesia, se hacían promesas de privaciones y como prueba de favores concedidos se entregaban a la Virgen objetos significativos de curaciones (muletas, trenzas de pelo y otros muchos objetos que se colocaban fijos en el lateral del evangelio de la ermita. Se hacían “novenas” en abundancia, Se ponían velas a la Virgen y a los santos, se hacía la señal de la cruz mojando los dedos índice y corazón del agua bendita de la pila, cuando se entraba y se salía del recinto sagrado. Se saludaba de paso diciendo “que Dios te acompañe”.Cuando se daba una limosna o se hacía un favor se contestaba “que Dios se lo pague” y otras expresiones siempre con sentido de cristiandad, se hacía la señal de la cruz sobre cabeza y pecho la primera vez que se salía de casa. Hacían un recorrido alternativo, por la mayoría de las casas del pueblo, dos capillitas portátiles con las imágenes de la Sagrada Familia la una y la otra con la imagen de San Antonio, permaneciendo en cada casa una semana, tiempo en el que se les veneraba con especial devoción, pasando “el reo” a otro vecino cuando había pasado la semana. Estas capillitas incluían la consabida hucha. Las fechas del calendario se conocían mas por los Santos y fiestas religiosas, que por el propio calendario, habiendo frecuentes citas a los mismos, en lugar de fechas del calendario. En la iglesia se daba catecismo a los niños y niñas en tandas para pequeños y mayores. Los viernes se rezaba el “via crucis” por la tarde. Me acuerdo de la coletilla rezada después de la adoración de cada estación que decía : “adorámoste Cristo y bendecímuste que por tu santan cruces redimiste al mundo” Así sonaba, el original seguro que se escribía de otra forma.
Los gozos de San José, con su ritual y cánticos particulares, eran seguidos con gran devoción. El estribillo era el de “ San José bendito y hermoso, haz que nuestras penos se truquen en gozo.....”
Las “tinieblas” formaban parte de los actos de Semana Santa siendo muy espectaculares, ya que según se iba terminando cada oración o letanía se iba apagando una de las siete velas que alumbraban toda la nave de la iglesia, hasta que al terminar de apagar la última, y en plena oscuridad, los fieles prorrumpían en estruendosos ruidos golpeando sillas contra el suelo, pateos ruidosos, haciendo sonar carracas y “ mazos”, El significado debía ser el de que según los evangelios relatan, el rasgado de los cielos, coincidía con la muerte de Jesucristo en la cruz.
En las celebraciones de Semana Santa, se terminaban los actos religiosos con una procesión por la noche. Los chavales, se habían hecho con antelación, con alguna calabaza; vaciando su contenido, se hacían unos agujeros simulando la boca y los dos ojos colocando en su interior una vela encendida. Este artificio se colocaba en sitios estratégicos dando a la procesión durante la noche un ambiente tétrico añadido.
El Viernes Santo al estar suprimido el toque de campanas, se reemplazaba el mismo para dar las “señales” de inicio de los actos religiosos, con un recorrido por el pueblo una cuadrilla de muchachos tocando los mazos y carracas y vociferando la señal que era . La tercera suponía que se iniciaba inmediatamente la ceremonia.
El ser monaguillo era un privilegio para los chavales y les permitía vestirse de ello, tocar la campanilla en el momento de la Consagración, dar la Paz, con una placa al uso,y el consiguiente paño para limpiarla cada vez que se besaba,(uso exclusivo para las autoridades), apagar la velas con un cono de hojalata ennegrecido por el uso y colocado al extremo de una larga caña, beberse algo del vino de consagrar, a “hurtadillas”, pasar la bandeja en el ofertorio a mas de otras funciones.
Se acogía con benevolencia a algunos desamparados de fortuna como el caso de la llegada de una familia húngara que apareció por las buenas en su carromato tirado por un burro enclenque, formada por el matrimonio y dos hijos pequeños. Se instaló en las proximidades del molino. Era una familia trabajadora que huyendo de su patria pretendía asentarse en un lugar tal vez más acogedor, no eran los clásicos gitanos errantes ni trotamundos El marido buscaba trabajo donde fuera y como fuera; se hizo con reparaciones de todo, muy mañoso, no molestaban lo mas mínimo ni pedían por caridad y se sabía que pasaban penurias elementales por lo que la gente, disimuladamente, les encargaba cosas que no necesitaban hacerles nada o poco pero que les pagaban lo que le pedían. Mi madre, muchas veces los sacó de algunos apuros, dándoles comida y leña para la estufa que tenían en el carromato que les servía de vivienda.
Otro caso se presentó con un afilador “el carallo” al que no sé porque le gustó este pueblo y decidió hacer de él su centro de actividades. Emigró de su Galicia natal con su clásica piedra de afilar y su “pito” de melodía clásica de afilador que tocaba profusamente. Hacía una vida desordenada, pero cayó simpático en el pueblo. Era el clásico hombre libre, de buenos principios, muy dicharachero, que no se metía con nadie y que prefería dormir en cualquier pajar con su botella de vino al lado al que le “daba” en demasía.. Algunas veces daba la sensación de tener ciertos conocimientos culturales y a mí me preguntaba haber si sabía como se escribía “ ahí hay un hombre que dice ay”, otras veces contaba relatos de historia y hacía operaciones aritméticas enrevesadas. Como también comía y bebía desordenadamente después de unos años apareció helado en un pajar.
También había alguien que hacía lo contrario, se marchaba del pueblo de “juina”, aunque le duraba pocos días. El irse de juina era el que por desavenencias familiares uno decidía irse de casa de los padres y de su tutela y obediencia, con el ánimo de no volver; se marchaba airado pero volvía manso, y siempre era acogido a su regreso. Luego sufría las risas y gracias de los demás que tampoco solían durar mucho y en compensación se limaban las diferencias que habían dado lugar al hecho.
Una gitana llamada Matilde merodeaba frecuentemente por el pueblo, traía sus cestas, bandejas para la ropa planchada, canastillas y demás labores en mimbre, bien por encargo, bien por mostrarlas a la venta haciéndose con su simpatía, siempre interesada, con el agrado de las mujeres, que solían ser generosas con ella. Yo fui el medio para que mi madre fuera generosa con ella; en una ocasión en que habiendo pasado por casa mostrando unas baratijas, se trasladó con un par de críos que le acompañaban a descansar en el cruce de carreteras, sentándose en la cuneta. Cuando lo creyó oportuno, mi madre, me dio dos duros para que le comprara una sortija que le había mostrado como de oro, sabiendo con certeza mi madre que era de cobre, para que me la probara y si me venía bien se la comprara, y así ocurrió y las dos quedaron satisfechas, mi madre haciendo caridad y la otra su negocio.
Esta gitana, la Matilde, sirvió para ser la protagonista de una broma entre mis hermanas. A la pequeña, Carmen, llegaron a convencer entre las tres hermanas, sobre todo la mayor de ellas, Mª Pilar, de que Carmen era hija de la gitana y que los padres la habían adoptado, por lo que ella no era hermana de los demás hermanos ni hija legítima de los padres. Tal debió ser el convencimiento que la pobre Carmen se deshacía en llanto, en pesar, en agobio, en zozobra, que no había quien la calmara. A su madre la costó convencerla días, y a ella más, en convencerse de la verdad. Sus hermanas llevarían el rapapolvo y castigo correspondiente.
En cuanto a lo político, de niño o mozalbete, no me quedan recuerdos si no son los acaecidos durante la guerra civil. Nosotros quedamos en la zona llamada Nacional de tendencia de derechas y aunque había gente de tendencias de izquierdas, se convivía sin grandes problemas dada la idiosincrasia del pueblo. Al principio de la contienda, para atemorizar a la gente hacían alarde de poder los falangistas en excursiones que pegaban cuatro tiros al aire cuando obligaban a la gente a ir a la plaza para escuchar sus arengas haciéndonos levantar el brazo derecho con la mano extendida como saludo copiado de los ejércitos de Hitler y cantar el “cara al Sol”. Luego se iban por donde habían venido. Se llamaban a los mozos de reemplazos sucesivos y se intentaba oír la radio a escondidas para saber noticias de cómo iba la guerra. Eran muy populares las arengas de Queipo de Llano, aquí se oían por las emisiones de radio Zaragoza (EAJ-101) pero con tal dificultad que más bien se tenía que adivinar lo que decía ya que estaba prohibido tener antena al exterior, y como había solo cuatro o cinco receptores, se juntaban a la escucha de los mismos las personas mas “politiqueras”, personas que como no entendían bien o eran duras de oído no dejaban de preguntar ¿qué ha dicho? con lo que los demás se quedaban sin oír lo que la radio decía durante la pregunta. El “parte “ de mediodía y el de la noche destacaba, siempre tendenciosamente, las noticias más relevantes. Se comenzaba y terminaban las emisiones con el himno nacional.
Un hecho que todos lamentamos profundamente fue el fusilamiento de un hijo del recaudador, persona al que no se le conocían tendencias políticas contrarias a nadie ni tampoco al resto de su familia. Se comentaba después que pudo ser una equivocación, una venganza o fruto del odio, pero nunca se supo con certeza nada. Vinieron un día a por él, se lo llevaron y le pegaron cuatro tiros no sé dónde pero muy distante del pueblo. Este hecho sembró el pánico dando lugar a que algunos vecinos por temor, se escondieran o huyeran, incluido el maestro Dn Tomás. llamado cariñosamente “tomasito” por lo escaso en altura y corpulencia, en contraste con su mujer, Delfina que era todo lo contrario. Delfina era muy amiga de mi madre y su hija única Raquel mi primera novia, cuando tendríamos 10 o 12 años.
Seguía la guerra y se sucedía la oleada de reemplazos que se incorporaban al frente. Algunos de los que marcharon no volvieron, habían caído en cualquiera de los frentes de combate
Terminada la guerra se colocó una placa de mármol con los nombres de los “Caídos por Dios y por España” en lo alto de uno de los laterales del pórtico de la iglesia. No recuerdo, pero serían unos ocho o diez.
Durante la guerra, en el pueblo no ocurrió nada relacionado directamente con la misma, no hubo paso de tropas, ni ruido de cañones, ni transportes militares, ni vuelo de aviones. Si que había requisa de alimentos y recogida de ropas de abrigo para las tropas que luchaban en los frentes, y una cosa curiosa. Se solicitó que todas las herraduras usadas que se encontraran en los pueblos colindantes y el mío se depositaran en un único sitio, en el suelo de la fachada oeste de nuestra casa, donde se hizo un buen montón en poco tiempo, unas cuatro toneladas. Parece ser que se destinarían a fundiciones de material de guerra, cosa que no se produjo y estuvieron años allí, no sé lo que fue de ellas.
Solamente, en una ocasión se vio a lo lejos, hacia la falda del Moncayo la silueta de un avión echando humo. Algunos marcharos hacia el lugar del suceso, vieron que era un avión militar de los “rojos”, completamente destruido, no había rastro de personal de vuelo, cogieron alguna pieza de las que estaban esparcidas por los alrededores y se las trajeron a casa como recuerdo.
Algún camión militar venía al pueblo, cargado de naranjas patatas y arroz para hacer trueque con otros artículos, llevándose grano, y cosas que ellos necesitaban sabiendo que allí las podían conseguir, pero a través de trueque negociado con honestidad.
Una broma de inconscientes como éramos los muchachos a esas edades, nos pudo costar un disgusto muy serio. Cuando no nos observaba nadie, con una patata, tapamos el agujero del tubo de escape del camión militar, esperando a que arrancara y se marchara, pero éste en poco recorrido, se “ahogaba”. Volvía a arrancar después de dar abundantes vueltas de manivela y pasaba lo mismo. Los juramentos se sucedían y el problema del enfado de los soldados era notorio, así que a alguno de nosotros, el mas miedoso o piadoso se arrepintió y acabó por decirles lo que se había hecho a voces desde la esquina mas alejada posible para emprender la huida si era necesario. Sacaron la patata, que había ajustado perfectamente en el tubo de escape y se fueron en paz de Dios sin más incidentes.
Como se ve, el relato de los sucesos durante la guerra civil, se narran con una visión de un mozalbete de diez años, despreocupado de asunto tan serio, y no tienen ninguna profundidad sobre ella. Fue después cuando lo de los “maquis”, que con los relatos de los mayores, siempre algo exagerados, y oyendo los horrores que de ellos contaban nos estremecíamos y pasábamos miedo. Fruto de ese miedo,y en una ocasión en que hice un viaje en caballo a Dévanos, a casa de la abuela María que con alguna frecuencia hacía para verles, coincidió que me cargaron el caballo con una talega de manzanas y por recogerlas, la hora de salida fue casi de noche. Había que atravesar el monte de Añavieja, un paso corto pero entre carrascas. Mientras tanto, mi tío Isaías por la tarde bajó a casa, en Castilruiz, a preguntar por mi diciéndole mi madre que había ido a Dévanos, por lo que decidió esperarme en el camino para acompañarme cuando regresara, pues el iba de caza aquella tarde por aquella zona. Debió de hacérsele raro que ya bastante anochecido no nos hubiéramos encontrado, el caso es que se sentó al lado de una carrasca al borde del camino a esperarme, y efectivamente yo llegué en el instante que el se levantó y me llamó Paco, no se veía nada, el caballo se paró y ahí me tienes a mi que no podía articular palabra al encontrarme inopinadamente con un hombre alto y delgado como era mi tio con una escopeta en la mano. Quedé petrificado, el susto fue morrocotudo, no reaccionaba, de la tirantez del momento ya me sentía muerto de un tiro. A mi tío le costó mucho conseguir que comprendiera que era el, que no pasaba nada, pero todos sus argumentos yo no los escuchaba, temblaba y creía que me engañaba y sobre todo cuando se acercó para tirar del ramal del caballo que seguía parado, creí que era mi final. Por fin entré en razón y fui perdiendo el miedo y el susto. Por cierto que mi tio llevaba una buena liebre en el morral.
Años antes, un hecho luctuoso, también nos infundió un miedo tremendo que comentábamos entre nosotros los peques amigos y nos causaba escalofríos, no merodeábamos las proximidades de la casa en que ocurrió ni sus alrededores. Se había ahorcado el hijo menor de la tía Margarita Posteriormente se tiró al canal su hermano y otro hermano, terminó también con la horca, pero estos últimos sucesos ya no los vivimos tan intensamente, pues fueron muy posteriores. Esta familia tuvo ese destino por ser propensa a enajenaciones mentales momentáneas de ese tipo, pues su comportamiento y vivencia eran tan normales como las de los demás. Ahora se habrían curado su enfermedad con tratamientos modernos. Yo mismo jugué con el último una partida de guiñote el día anterior al hecho y estaba tan normal.
Anteriormente a estos sucesos se produjo un crimen. En el camino del monte, al lado de una finca de mi abuelo, un poco antes de llegar desde el pueblo a la fuente de la “Losilla”, de varias puñaladas el Artemio mató al mocetón del Florencio. El crimen se vivió muy intensamente en el pueblo, todo eran comentarios de cómo se pudo producir y lo raro que resultaba que hubiera ocurrido de ese modo porque dada la diferencia de corpulencia entre ambos, de la pelea debería ser al contrario el que resultara el mas afectado. De cuales serían los motivos de esa pelea; de que tuvo que coger a traición el pequeño ¿Artemio? al mocetón del Florencio, de donde estaría el asesino, pues había huido; de qué sería de la familia de él que estaba casado y con dos hijos, de los temores que se tenía a su vuelta y de todo tipo de conjeturas que nos ponía el corazón en un puño a los chavales. Por último su mujer apareció ahorcada en el desván de su casa, dicen que después de una visita esporádica de su marido; a sus dos hijos, todos los compañeros y cualquiera de los vecinos que no fueron afectados por el hecho les mostraban afecto, pero a pesar de ello vivían con el pesar de lo acaecido también terminaron mal. Lo último que supe del asesino es que estaba en la cárcel y desde entonces ya descansábamos.
En la posguerra, en España se había implantado un sistema de racionamiento, todo estaba intervenido por El Gobierno de Franco, se crearon muchos servicios nacionales, entre ellos el del trigo, que es el que directamente afectaba a la producción más importante del pueblo; quedaban intervenidos por el Gobierno que se hacía dueño de ellos fijando su precio, para posteriormente distribuirlos en cartillas de racionamiento o cupones de consumo. Se tenía que declarar cuanto se producía y cuanto se disponía, no se podía tener como previsión de necesidades nada mas que lo que la cartilla de abastecimiento te daba derecho a disponer. El intervensionismo del Gobierno era total. Había cartillas de racionamiento para todos los artículos de consumo, aceite, azúcar, harina, etc, cupones de racionamiento para infinidad de artículos, tabaco, gasolina etc.
Uno de los inspectores nombrado como vigilante del cumplimiento de lo que debía estar declarado e intervenido, que nos tocó en “suerte”, fue un tal “Pelegrín”. Venía al pueblo de improviso, eso sí siempre acompañado de la Guardia Civil, y comenzaba la inspección por las casas, el molino, comercios, y todo lugar donde sospechara que había algo que no se había declarado o se tenía en demasía. Con toda impunidad hacía el registro mientras la Guardia Civil le esperaba fuera y ¡ qué casualidad ¡, siempre levantaba acta de alguna infracción imponiendo la consiguiente multa y requisando el artículo si le venía en gana sin más juicio que el suyo. La Ley era él. Muchos eran los que conteniendo su coraje, por ser injusta a todas luces la sanción, se limitaban a protestar, pero de buenas maneras pues si se sobrepasaban estaba la Guardia Civil para llevárselo y sufrir peores consecuencias. Yo me acuerdo de una de esas inspecciones que realizó en el molino, donde no había nada mas que cebada y alguna que otra rata, pero como estaba prohibido el molturar trigo, se dedicó a buscar entre lo que se estaba moliendo y en los sacos que esperaban su molturación, algún grano de trigo, y encontró como tres o cuatro granos dentro de los trescientos o cuatrocientos kilogramos que registró. Suficiente para él que considero que se iba a molturar trigo No sirvieron las razones de que en una finca de cebada que el año anterior estuvo sembrada de trigo, siempre nace con la cebada alguna espiga de trigo cuyo grano es prácticamente, imposible separar. Para él fue suficiente y levantó el acta correspondiente. Así o muy parecido obraba en todas sus intervenciones y serían muchos los desmanes que se podrían contar con casos tan injustificados como este. Por supuesto que contra el levantamiento del acta no se podía recurrir.
En algunos casos se tuvo la certeza de que había chivatos en el pueblo que informaban a Soria para que hicieran inspecciones a determinados vecinos. Por la denuncia cobraban el 20% de la multa.
De esta intervención total que ejerció el Gobierno de entonces, surgió el “estraperlo” como se conoció
a este mercado negro. Los que se dedicaron a él, si tuvieron suerte, consiguieron píngües beneficios, pues como por un lado el racionamiento era de supervivencia muy limitada, creaba la necesidad de completar
sobre todo los artículos de primera necesidad, y por otro los que disponían ilegalmente en esas circunstancias de esos artículos aprovechaban la ocasión para venderlos al mayor precio posible, dándose casos de verdadero abuso. Hubo quien hizo fortuna con el hambre de los demás. Como casos curiosos de pequeña cuantía, se declaraba fumador el que no lo era para conseguir una cartilla de racionamiento y vender los cupones que daban derecho al “cuarterón” o “ideales” o la clase de tabaco que se hubiera fijado para la distribución y venderlo a algún fumador al precio mas alto posible.
Cambiando de tema, se me ocurren ahora dos correrías que hicimos, una el Santos y yo y la otra entre el “Rigorio” y yo. El nombrado Rigorio correspondía a su nombre de Gregorio cambiado por su madre, bien por llamarlo mas cariñosamente, o por defecto de pronunciación, el caso es que amigablemente se conocía como Rigorio. El Santos era un hijo del secretario y buen amigo mío, mayor que yo, que cuando inopinadamente acompañó a su familia en su salida del pueblo fui con él largo trecho por la carretera y le entregué un mechero que llevaba como recuerdo. Desde este momento ya no nos vimos más. Parece ser que su padre debía dinero al alcalde y ante la imposibilidad de devolvérselo con los ingresos que como secretario tenía, pidió traslado nada menos que a Andalucía y con el mayor sigilo posible se marchó con su familia y muebles. Se dice que dejó una carta al alcalde reconociendo su deuda y haciendo la promesa de devolverle lo adeudado íntegramente y lo antes posible. Cosas que realizó en el plazo de unos dos años.
Bueno, empecemos el relato de nuestra correría con el Rigorio. Empezaré diciendo que era muy aficionado a los toros y que aquella noche se corrían vaquillas en Muro de Ägreda, pueblo distante por carretera del nuestro, unos diez kilómetros El caso es que estando en el café del “Navarro” se planeó entre los contertulios el ir a correr las vaquillas. Aunque en principio se apuntaron todos, el caso es que realmente fuimos nosotros dos. Al Gregorio no se le ocurrió otra cosa que buscar una de esas sayas coloradas grandes y pesadas que llevaban las viejas, que había visto alguna vez en un baúl de ropa de su abuela. Preparamos una “tartana” que tenía, enganchamos a ella una burra, y carretera. Llegaríamos a Muro sobre las once de la noche, cuando la gente ya había reposado la cena y estaban a expensas de que fuera la hora de soltar las vaquillas en el ruedo echo a propósito para el caso, tan toscamente aprovechando tableros y carros que cerraban las entradas a la plaza, que menos ruedo parecía cualquier cosa. Se prepararon dos o tres mozos del pueblo detrás de un tablero, con algún que otro pisando el ruedo pero agarrado al barandal de un carro para recibir la vaquilla a su salida, y se soltó la misma. Esta baquilla, que terminadas las fiestas se sacrificaría y se haría con ella una buena comilona para los del pueblo, tenía experiencia sobrada, por la cantidad de veces que se había visto en parecidas circunstancias, y sabía latín. Corneaba la tabla de los mozos con empuje, pero buscando los laterales y procurando no dar tregua en su búsqueda hasta que los desarmaba, y tirando el tablero corrían los mozos a los mal llamados burladeros. Se citaba a la vaquilla, de lejos, de un extremo a otro y se la hacía correr a la vez que se la esquivaba con algo de suerte.
Visto el espectáculo, unido al entusiasmo que nos invadía, el Gregorio y yo decidimos saltar al ruedo. El con ánimo de dar algún pase tomando como capa la saya, y yo pretendiendo correrla. A las primeras de cambio, al Gregorio no le sirvió mas que una vez el engaño de la falda o enagüa colorada, pues a la segunda ya buscó la vaquilla el bulto y se lo llevó por delante ante el jolgorio de la gente de se divertía con las cogidas, aplaudiendo no el arte del torero sino la tarascada que se llevaba. Algo parecido me pasó a mí; cuando pensé que estaba distraída prestando atención a otro mozo que la citaba y tenía afán de ir a por él pues estaba “zarpando”, se me ocurrió citarla corriendo detrás de ella a cierta distancia, pero la muy viva se dio la vuelta como en rayo, corrió detrás de mí, me enganchó el pantalón dándome un buen “talegazo”. Las risotadas y aplausos se celebraron como en el caso del Gregorio y de cuantos cogía, que no fueron pocos, siendo lo que a la gente le entusiasmaba.
A pesar del fracaso como toreros, regresamos maltrechos pero satisfechos, aunque luego en días sucesivos tuvimos que sufrir las ironías de no poca gente, hasta que el hecho se olvidó.
Con el Santos fue otra cosa. Habíamos hecho intención de ir a pescar cangrejos a Añavieja, pueblo pedáneo de Castilruiz, a unos cinco kilómetros al Este que tiene un caudaloso manantial de agua y que en realidad forma el verdadero cauce de la continuación del Manzano o Fuentestrún como antes se llamaba, formando el principio del rio Añamaza. El paraje seleccionado era el de aguas abajo del antiguo puente romano de Sanfelices y no muy distante de la “Presa” desde donde se derivan las aguas del canal de San Salvador, ya en término de Débanos.
Nos hicimos con “reteles” y preparamos el cebo, consistente en trozos de deshecho de carne, tripas etc. en periodo de descomposición y mal olientes como corresponde a su estado. Decidimos ir para todo el día y nos empeñamos en que haríamos una paella con los cangrejos que pescáramos para la comida, así que mi madre nos preparó como viandas sólo unos bocadillos para media mañana. Para hacer la paella, debíamos llevar una sartén de patas, el pan, el aceite, la sal, y el arroz, porque el agua la tendríamos en abundancia, y como sabía mi madre que nunca habíamos ni intentado hacer la paella, nos dio las explicaciones correspondientes a las que yo por lo menos no hice mucho caso, confiando que el Santos se enteraría bien ya que decía que ese tipo de comida no era difícil de hacer y si nos salía mal freiríamos los cangrejos y nos los comeríamos a secas. El resto de cangrejos los traeríamos a casa.
Faltaba el transporte. Teníamos en casa un caballo como comodín para pequeños servicios Era de raza desconocida pero de genio muy descontrolado, le dijeron a mi padre cuando lo compró que procedía de los que se crían libres en la montaña y que después de domados resultan muy buenos. El caso es que algunas veces se “encabritaba” o era propenso a coger un galope desmedido. El caso es que con todos los “bártulos” ampliados con unas largas varas para echar y sacar los reteles, montamos los dos en el caballo y nos pusimos en camino muy temprano. Llevábamos también una soga para atar el caballo y dejarlo pastando. El sitio que habíamos escogido tenía un árbol, a la sombra de él descargamos todo. El sitio disponía de suficiente hierba, era amplio y cerrado por un peñascal, el río y la entrada que nosotros íbamos a ocupar. Atamos el ramal del caballo a la soga y el otro extremo a una gran piedra y nos pusimos a preparar el cebo y dejar los seis reteles que quedaros colocados estratégicamente en el río. Tenía mucha fama de cangrejos ese lugar. Pasada una media hora nos dimos una vuelta viendo que los cebos estaban intactos y que en el interior del engaño no había muestra de nada, nos quedamos fijos observando en dos de ellos parte de la mañana, y nada. Decidimos ir a almorzar a la sombra del árbol, pero estábamos impacientes y con el bocado en la boca seguimos apostándonos mirando los releles para en el instante preciso tirar con suavidad de la vara y sacar la pesca. Que “ si quieres arroz Catalina” ni muestra de cangrejos. Así una y otra vez, mientras el Sol ya estaba en su cenit y nuestro estómago reclamando alimento, lo que nos hizo recapacitar en dejar los reteles fuera, para que no se comieran los cangrejos el cebo e irnos a preparar la comida, que en vez de paella sería solo arroz. Preparamos el fuego entre unas piedras y pusimos la sartén a calentar mientras no sabíamos como hacer el arroz, aunque decidimos cocerlo y no freírlo. Pusimos tal cantidad de agua que al final resultó ser una cosa tan fluida y sin sustancia que no sabía ni a arroz. Lo único que nos supo bien fue el pan, aunque estaba algo duro pues le había dado el Sol durante largo rato. El primer cangrejo que pescáramos lo freiríamos como si fuera comida de supervivencia. El caballo si que se había dando su buena comilona y ahora se había echado tal vez a dormir la siesta o a reírse de nosotros. Para no ser mas pesado, resumiré diciendo que no pescamos ni un solo cangrejo y ya entrada la tarde al volver de recoger los releles nos dimos cuenta que el caballo se había soltado y andaba a sus anchas por todo el pastizal. Al intentar cojerlo, con lo bien alimentado y descansado que estaba, huía de nosotros, mejor dicho, de uno porque el otro estaba guardando la única salida por donde podía evadirse del terreno cercado por el río y el peñascal, ya que se pegaba sus carreras cuando se acercaba uno a él. Ni siquiera teníamos pan para ofrecérselo. Ahora había que pescar al caballo en vez de cangrejos. Al otro lado del río, se veía un sembrado de cebada en plena sazón esperando que la segaran. Esto nos dio la idea de que un buen ramillete de cebada mostrado con cariño le sería apetitoso como postre y nos permitiría hacernos con él. Pero que si quieres, hacía muestras de venir, se lo pensaba mejor y emprendía una alocada carrera alejándose más. Había que utilizar mas astucia para agarrar al condenado y no íbamos a tener la misma suerte que con la pesca de los cangrejos. La estratagema consistió en lo siguiente. Debajo de una manta, la que componía el aparejo del caballo, colocamos una lazada hecha con una punta de la soga que quedaba oculta. Sobre la manta pusimos un buen puñado de espigas de cebada y en la otra punta de la soga se situó el Santos para tirar de ella cuando las patas del caballo estuvieran dentro de la lazada mientras yo procuraba acercarlo al lugar. Después de varios intentos en caballo cayó en la trampa, tiró con acierto el Santos y le atrapó las dos patas delanteras, pero el verse cogido el caballo, dio un tirón que tumbó al Santos como si hubiera sido fulminado por un rayo, pero no soltó la cuerda a pesar de que lo arrastró por el césped un largo trecho En esta circunstancia nos interesaba mas ser cautos y cariñosos con él y aguantarnos para mas tarde nuestra reprimida ira. Lo demás ya fue coser y cantar hasta llegar a casa, tan cansados y decepcionados que nos daba rabia nada mas que se citara algo sobre cangrejos.
Un hombre ilustre nacido en Castilruiz, que yo no conocí por vivir fuera ambos, y que cuando viniera de vacaciones no se significaba por nada. Fué Dn. Arsenio Gállego Hernández (1886-1969). Dedicó su vida a la docencia, fuera de Soria la mayor parte de ella, pero sin olvidarla ni olvidar tampoco a su pueblo como queda reflejado en su libro de poesía “mis dos vidas” del que es autor. De él es el himno a la Virgen de los Ulagares que actualmente se canta en honor a Ella, y que dice: “ Virgen de los Ulagares,- Madre, tus ojos divinos- son los rayos matutinos- que alumbran nuestros hogares.--- Al cruzar tierras y mares- (temporeros peregrinos)- nos allanas los caminos- fuera de los patrios lares.--- Tus hijos no te olvidamos- Tu nos llenas de consuelo- y en Ti pensando esperamos.--- Tiende sobre nos tu vuelo. – También los pobres gozamos- de una madre allá en el Cielo. Otro de los poemas de éste libro se refiere a su pueblo y que es digno de copiar, y dice así: “MI ALDEA” Tosco es el vaso y el licor de oro,- una aldea pardusca, vieja y seca- con un corazón joven, un tesoro- entre almajaros de la tierra lleca. --- La gente pensadora, noble gente;- una raza que guarda tradiciones- de su céltico origen y en su mente- hay ensueños de gloría, hay ilusiones. --- Tosco es el vaso que la tierra ofrece,- más el aroma suave lo ennoblece,- romero y salvia en sus paredes crece.--- Alma que colma y que rebosa en vaso,- alma dulce y severa, sin ocaso- que hace siglos que sueña y no da un paso. Y otro dedicado a “CASTILRUIZ” Tu suelo es rojo de sangre seca,- suelo cansado y empobrecido,- que será eterno por bien nacido,- aunque tu tierra se quede lleca.--- Azul tu cielo, azul que peca- de azul, no encuadra su colorido- con el del campo medio dormido- y con la flor pobre y enteca.---No tienes árboles, te falta un río.- Junto a tus eras una charca- donde las ranas a su albedrío- croan y viven. Eres un arca- donde la vida lenta y sencilla- ni acusa espanto ni maravilla.
Hay cierta concordancia entre estas poesías y el relato que se está haciendo, dejando aparte la diferencia enorme entre la calidad de una y lo vulgar del otro, que estoy haciendo, sin orden ni concierto y a modo de redactado como apuntes sueltos según me llegan a la memoria con la precipitación de que no se me olviden. Sería bueno como base para ordenar relatos y proyectarlos con mas calidad. Muchos puntos necesitarían una ampliación para conocerlos mejor, otros faltos de fechas, no encajan en su sitio, en fin que es un amalgama de relatos sueltos, faltos de orden, sir redacción concebida, sin calidad literaria etc.
Francisco Hernández