Corría el año 1948 en Zaragoza, en aquella época las fronteras de España con las demás naciones estaban cerradas y la mayoría de los jóvenes (entre ellos tres amigos y un servidor) intentaban cruzarlas para ir en busca de trabajo bien remunerado, porque decían (y creíamos) que en Francia ataban a los perros con longaniza.
Después de pensarlo bien, dicho y echo.
Un buen día recuerdo que era el mes de julio aprovechando que nos daban las vacaciones (por aquel entonces nos daban sólo una semana) nos marchamos los cuatro de casa, sin avisar ni decir nada, aunque algo sabían no tenían la certeza de cuando nos íbamos a marchar. Parece ser que la madre de otro amigo, fuera del grupo, quien en su casa íbamos guardando los víveres que íbamos comprando para la aventura, algo le comunicó a las nuestras, de lo que pensábamos hacer. Así es que se fueron todas las madres a la estación a buscarnos.
Este amigo nos comunicó que nos estaban esperando en la estación, desde ese mismo instante empezó la odisea para que no nos vieran y se armara allí el circo padre. Nos fuimos andando hasta Casetas para coger allí el tren que nos llevaría hasta Pamplona, estuvimos andando prácticamente toda la noche hasta llegar a Casetas.
Llegamos a Pamplona de madrugada recuerdo que eran las fiestas de San Fermín, pasamos allí unas horas para comprar algo de comida porque la que llevábamos no era mucha. Así es que cogimos el trompo y tomamos rumbo hacia los Pirineos para cruzar la frontera hacia Francia que era nuestro destino, teníamos también la certeza de que a quien cogieran intentando cruzar la frontera lo meterían en la cárcel, así es que cuando más caminábamos era por la noche, por el día teníamos que rodear los pueblos esquivando a la guardia civil.
Una noche la pasamos en un campo de trigo recién segado y nos metimos los cuatro en un montón de fajos que habían apilado tapándonos con los mismos fajos por que las noches eran bastante frías, a la mañana siguiente (si nos descuidamos nos cargan en una galera porque estaban cargando los fajos para la trilla) salimos de allí pitando, sorprendiendo a los labradores.
Continuamos la marcha y así estuvimos tres o cuatro días, un atardecer nos metimos en un bosque, empezamos a caminar buscando la salida; cuanto más andábamos más maleza encontrábamos que nos impedía caminar y para peor la noche se nos caía encima y no encontrábamos la salida. Ya desesperados vimos a lo lejos una pequeña claridad y allí nos dirigimos a duras penas pudimos llegar y salir de aquel bosque enmarañado. Alegres y contentos pasamos allí mismo la noche bajo las estrellas después de echar un bocado; a la mañana siguiente seguimos caminando...
A todo esto la comida se nos estaba terminando y en los pueblos que nos atrevíamos a entrar para comprar comida no nos querían vender, porque en aquellos tiempos merodeaban por esas montañas los llamados “Caquis” y la guardia civil les tenía ordenado que no vendieran comida a nadie y a nosotros nos debían de tomar por alguno de ellos. Otro día subimos por una montaña sin mapas ni brújula, al llegar arriba de la montaña se desencadenó una enorme tormenta y a punto de anochecer.
Después de pensarlo bien, dicho y echo.
Un buen día recuerdo que era el mes de julio aprovechando que nos daban las vacaciones (por aquel entonces nos daban sólo una semana) nos marchamos los cuatro de casa, sin avisar ni decir nada, aunque algo sabían no tenían la certeza de cuando nos íbamos a marchar. Parece ser que la madre de otro amigo, fuera del grupo, quien en su casa íbamos guardando los víveres que íbamos comprando para la aventura, algo le comunicó a las nuestras, de lo que pensábamos hacer. Así es que se fueron todas las madres a la estación a buscarnos.
Este amigo nos comunicó que nos estaban esperando en la estación, desde ese mismo instante empezó la odisea para que no nos vieran y se armara allí el circo padre. Nos fuimos andando hasta Casetas para coger allí el tren que nos llevaría hasta Pamplona, estuvimos andando prácticamente toda la noche hasta llegar a Casetas.
Llegamos a Pamplona de madrugada recuerdo que eran las fiestas de San Fermín, pasamos allí unas horas para comprar algo de comida porque la que llevábamos no era mucha. Así es que cogimos el trompo y tomamos rumbo hacia los Pirineos para cruzar la frontera hacia Francia que era nuestro destino, teníamos también la certeza de que a quien cogieran intentando cruzar la frontera lo meterían en la cárcel, así es que cuando más caminábamos era por la noche, por el día teníamos que rodear los pueblos esquivando a la guardia civil.
Una noche la pasamos en un campo de trigo recién segado y nos metimos los cuatro en un montón de fajos que habían apilado tapándonos con los mismos fajos por que las noches eran bastante frías, a la mañana siguiente (si nos descuidamos nos cargan en una galera porque estaban cargando los fajos para la trilla) salimos de allí pitando, sorprendiendo a los labradores.
Continuamos la marcha y así estuvimos tres o cuatro días, un atardecer nos metimos en un bosque, empezamos a caminar buscando la salida; cuanto más andábamos más maleza encontrábamos que nos impedía caminar y para peor la noche se nos caía encima y no encontrábamos la salida. Ya desesperados vimos a lo lejos una pequeña claridad y allí nos dirigimos a duras penas pudimos llegar y salir de aquel bosque enmarañado. Alegres y contentos pasamos allí mismo la noche bajo las estrellas después de echar un bocado; a la mañana siguiente seguimos caminando...
A todo esto la comida se nos estaba terminando y en los pueblos que nos atrevíamos a entrar para comprar comida no nos querían vender, porque en aquellos tiempos merodeaban por esas montañas los llamados “Caquis” y la guardia civil les tenía ordenado que no vendieran comida a nadie y a nosotros nos debían de tomar por alguno de ellos. Otro día subimos por una montaña sin mapas ni brújula, al llegar arriba de la montaña se desencadenó una enorme tormenta y a punto de anochecer.
Entonces empezó a caer tremendo aguacero echamos a correr montaña abajo, llegamos abajo calados hasta los huesos entonces vimos un pueblo y allí nos dirigimos, la noche ya la teníamos encima y en las afueras del pueblo vimos una paridera que estaba vacía y allí nos dirigimos metiéndonos vestidos y calzados dentro de la paja, a la mañana estábamos secos y entonces nos dimos cuenta de que por esos lugares no podíamos seguir y decidimos coger un tren en ese pueblo hacia San Sebastián, teníamos los cuatro una pinta que daba pena de vernos con toda la ropa arrugada, al mismo tiempo nos daba risa vernos con esas fachas cogimos el tren hasta San Sebastián pensando cruzar por Irún, pero pensarlo era una cosa y hacerlo otra. Allí había gente que se dedicaba a pasar personas a Francia pero era tal la cantidad de dinero que pedían que fue imposible para nosotros porque nos estábamos quedando sin dinero y sin comida pasamos allí dos o tres días con sus noches durmiendo a la intemperie y ya decidimos volver porque nos quedaba dinero solo para poder regresar a casa y así lo hicimos, cuando llegamos a Zaragoza no nos atrevíamos a ir a casa y estando en el barrio de Torrero, que es donde vivíamos, alguien nos vio y se lo dijo a nuestras madres pues, ninguno de los cuatro teníamos padre y se nos presentaron allí donde estábamos.
Creímos que íbamos a recibir una gran reprimenda pero fue todo lo contrario, todo fueron lloros besos y abrazos y lo primero que les dijimos fue que nos prepararan un buen puchero de lo que fuese, porque traíamos más hambre que siete pares de gitanos.
Y aquí se acabo esta locura de querer abandonar el hogar sin pensar en el gran dolor que causamos a nuestras madres y ya jamás pensamos en abandonarlas de esta manera y sin conocimiento esto son locuras de juventud.
Creímos que íbamos a recibir una gran reprimenda pero fue todo lo contrario, todo fueron lloros besos y abrazos y lo primero que les dijimos fue que nos prepararan un buen puchero de lo que fuese, porque traíamos más hambre que siete pares de gitanos.
Y aquí se acabo esta locura de querer abandonar el hogar sin pensar en el gran dolor que causamos a nuestras madres y ya jamás pensamos en abandonarlas de esta manera y sin conocimiento esto son locuras de juventud.
José Luis Viñals
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